Cristian Antonio Cooz.-5am. Día 21 de marzo de 2020. Me desperté con sueños terribles. Si esta cuarentena por coronavirus no es el apocalipsis, pues se le parece mucho.
Aun no les he dicho mi nombre. Pero pueden llamarme Castellanos. Todavía estoy vivo. Aquí en Venezuela, eso ya es mucho decir.
La comida que tenía en la despensa ya casi no existe. Y eso que no eran exquisiteces; aunque en situaciones extremas como esta, cualquier comida lo es, cualquier sorbo de agua sucia es el mejor elixir del mundo.
Mi inventario de alimentos es solo de un kilo de lentejas (con gorgojos incluidos por los de la miserable caja Clap), tres latas de sardinas vencidas en 2019, y remarcadas con una etiqueta para que uno crea se vencen en 2021.
Tengo medio kilo de espaguetis, unas papas marchitas, una bolsita de café sospechoso de ser mezclado con harina, sal y un cubito.
De medicinas, el inventario es ridículo. Solo tengo dos curitas, una botellita de alcohol y una pastilla de acetaminofén, que no sé para qué sirve.
También tengo miedo y mucha hambre. El estómago ruge y no puedo salir a trabajar ni a visitar a los familiares que no pudieron abandonar el país.
Afortunadamente mis hijos ya están adultos y se fueron a Chile. Aunque también temo por ellos.
Reyes, reinas, presidentes y pobres, todos somos iguales
Entre tantos pensamiento que se agolpan en mi mente, no puedo dejar de pensar que a parte de muerte, el coronavirus nos está dando una lección…todos somos iguales.
He sabido que la Reina Isabel del Reino Unido, no es inmortal, aunque lo parecía. Ha dejado el pelero y abandonó su palacio de Buckingham por terror al contagio con coronavirus. La viejita coronada está en una de sus múltiples posesiones campestres, con un batallón de doctores, enfermeras y equipo médico de última generación ¿será que le importa su pueblo? Vaya usted a saber.
Es sabido además que gobernantes tan poderosos como Putín y Donald Trump, están aterrorizados. Por lo menos Trump ha sido inteligente y humillândose al Dios Todopoderoso, ha pedido que el pueblo de Estados Unidos se una en oración contra este mal que quiere diezmar a la humanidad.
El Papa sin fe
El que sí ha demostró que perdió su fe, es quien menos debía: El mismísimo Papa.
Este papa, que es muy conocido por identificar el mal en el mundo y no denunciarlo con fuerza; este Papa que actúa más como un político y que se niega a ponerse del lado de los sufridos cuando son aplastados por dictadores y malvados, demostró de qué está hecho. De dinero y diplomacia inútil.
Se ha recluido en su palacio, en la ostentosa basílica de San Pedro, en el Vaticano. En vez de salir a tratar de pedir a Dios que bendiga a los feligreses, se encierra y da sus misas vía streaming. Es muy importante para morirse.
Correcto es que haya suspendido las actividades litúrgicas por Semana Santa para evitar aglomeraciones y más contagiados. Pero no lo es que ponga un muro electrónico entre él y los enfermos que aun creen que él es el representante de Dios en la tierra ¿dónde dejó su fe? ¿es que teme morir por la humanidad?
Y así, famosos de todo el mundo como «estrellas de cine», cantantes, políticos, comunistas, racistas, diseñadores de moda, magnates, deportistas, influencers como las Kardashian, escritores y otros, se dan cuenta que son tan humanos como yo o como mucha gente pobre a la que menosprecian.
A pesar de todo su dinero, fama y poder, también pueden morir de una diarrea crónica, o este caso, de coronavirus.
Estoy disvariando
Pero bueno. Creo que estoy disvariando. Me duele la cabeza. Ojalá no me de fiebre. Tengo hambre…
Estar encerrado en cuarentena por coronavirus es terrible. Pero no me canso de decirlo: es más terrible en esta Venezuela sin agua, luz, internet, comida,,medicinas y más, sin el amor de quienes se han visto obligados a emigrar por la crisis brutal en que «los rojos» sumieron al país.
Las casas como mausoleos
Según dicen, en China ya controlaron el brote. En Wuham, ciudad donde comenzó todo por la afición china de comer murciélagos, perros, ratas, cucarachas, serpientes y cuanto bicho hay, ya hasta dieron pacientes de alta médica.
En Italia, se ven columnas de camiones militares llevando los ataúdes de los que sucumbieron al coronavirus.
En España, supuestamente le quitan los respiradores a los mayores de 65 años porque no hay muchos, y se debe (según una lógica despiadada), dejarlos morir para proteger a los más jóvenes.
Todo esto lo sé, porque la energía eléctrica aquí en Valencia, estado Carabobo, y el servicio de internet llega de vez en cuando y trato de averiguar las últimas noticias en noticieros digitales serios.
Trato de no caer en fake news, pero muchas veces, lo viral, es cierto. Otras no.
En Venezuela, donde la estructura del sistema de salud fue destruida por tantos años de socialismo del siglo XXI, si uno se muere, ya ni te velan ni te cafetean, porque todo está muy caro.
Solo te meten a una caja de cartón y te arroján a un hueco, muchas veces en los mismos patios de las casas.
Se teme que muchos de los aislados por coronavirus, que generalmente viven solos (como yo), porque sus familiares huyeron al extranjero, mueran y el cadáver quede en casa como si fuera ese su mausoleo. Es terrible.
Tengo hambre
¿Ya dije que tenía hambre? Sí, creo que ya lo dije. El mundo necesita ayuda; Venezuela necesita ayuda ¡mucha ayuda! Debemos orar. Créanlo, el poder de la oración es fabuloso. El poder de Dios es infinito. Hagámolos con fé para acabar con este mal que azota el mundo.
Tengo como escalofríos. Luego seguiré escribiendo. Tengo hambre…
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