Douglas González: prohibido leer

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“Ahí donde se queman libros se acaba quemando también seres humanos”. Heinrich Heine (1797-1856).

Imaginemos al mundo gobernado por una comunidad de licántropos –el poder que viene emergiendo de las sombras parece advertirnos eso-, también estamos obligados a imaginar un mundo sin libros, los licántropos por naturaleza son incineradores de libros. Sería un mundo sin memoria, con recuerdos imprecisos. El conocimiento se basaría en retazos anedócticos, hechos memorables. La historia dependería de la naturaleza efímera del recuerdo, destinado a ser alterado en su tránsito por los laberintos de la mente.

Jamás hubiera existido el libro: Los Philosophiæ naturalis principia mathematica, de Isaac Newton, que revolucionó la historia, al describir que las leyes del movimiento de las fuerzas naturales que gobiernan la Tierra, y las que rigen los movimientos de los cuerpos celestes son las mismas. Albert Einstein jamás hubiera podido estudiar la ley de la gravitación universal, que revisó en ese libro para formular su teoría de la relatividad general.

La Iliada de Homero sería un cuento con millones de versiones, que pudiera contarse en  relatos de tres o diez minutos, cuando más de una hora. Ulyses –el héroe de la Odysea-, cambiaría de nacionalidad según el antojo de cada narrador de la historia, según su lugar geográfico, pudiera ser una vez chino, en otra italiano, algunas veces turco, otras veces cherokee, trinitario o del Congo. El Quijote sería un cuento de camino simplificado en pocas palabras, un viejo loco que se creía caballero y peleaba con sus propias alucinaciones. La miseria verbal, recorrería al planeta, porque la complejidad y profundidad del pensamiento están vinculados al inteligente desarrollo del lenguaje, no existiría la literatura.

Los diccionarios serían una prolongación improbable. La gramática esa ley universal que todos cumplimos cabalmente sin jamás oponernos, estaría sustentada en el caos. Una palabra pudiera significar algo en una ciudad, y otra 200 kilómetros más adelante, los conceptos obedecerían a definiciones diferentes.

Los estudios trascendentales de matemáticas que suelen abarcar libros enteros se anotarían en grandes pizarras que se extendería por toda la geografía universal, se emplearían recordadores y apuntadores, que irían de un país a otro anotando a manera de recuerdo material, las partes iniciales y claves del proceso para garantizar su solución, pero este manejo estaría sujeto al deterioro ocasionado por los elementos naturales, la lluvia y el viento, por lo que se necesitarían reparadores de fórmulas e incógnitas, para restituir en las pizarras lo que el tiempo y la erosión fueran borrando.

Esta cadena de dependencia y de segundos personajes haría esta labor  casi imposible por su tendencia al error, la gigante pizarra de las matemáticas trascendentales de seguro se convertiría en una especie de Torre de Babel, de longitud horizontal, que terminaría en una línea confusa, tras darle la vuelta al mundo y chocar ambos extremo en el punto cero de partida, sin resolver ningún problema.

Ser matemático significaría ser una especie de agente viajero, desplazándose de un lugar a otro. Seríamos ignaros en matemáticas y por lo tanto en física y química. El mundo discurriría bajo la vigencia del mito, la leyenda, lo fantástico, con plena y latente deformación de la realidad.

Desde la antigüedad, el libro está consagrado como modelo de la creación, de hecho existe la categoría de los libros sagrados, que amparan la idea mística del libro como imagen de ese otro inmenso libro que es el Universo,  escrito en la tabla eterna con que la pluma divina escribe en las estrellas y la de los libros clásicos, estos últimos, textos literarios que han logrado trascender el tiempo manteniendo la vigencia de su concepción y narrativa.

La quema de libros ejecutada por parte de grupos terroristas domésticos como aconteció con el incendio de la biblioteca central del Núcleo Sucre de la Universidad de Oriente, es una ejecución que históricamente se produce con el despertar del Licántropo, figura mítica del hombre al cual el diablo viste con la piel de un lobo y lo suelta todos los días al anochecer, para que ande errante por los campos, dando aullidos, anunciando que se han abierto las puertas del infierno.

Cada una de nuestras civilizaciones ha surgido inspirada en prolíficas cosmogonías reunidas en cuerpos narrativos, que en sus primeros tiempos se mantuvieron bajo la tradición oral, hasta que con el tiempo fueron recopiladas en textos escritos.
En la India se reúnen en un conjuntos de himnos, porque aún no se había inventado la escritura, de su casi infinita mitología que luego se compilaran en los 4 libros de Los Vedas. En el extremo Oriente, en la Persia antigua, los seguidores de Zoroastro,  toman sus leyendas sagradas para hacer un texto que llamaran El Avesta. China permanecerá fiel a su tradición milenaria de textos taoístas, primero escritos en largos pergaminos, luego compilados en el  libro del Tao Te King.

En el Oriente Medio los árabes inventarán una cultura inspirados en el Corán, libro que elevarán a la categoría de madre de todos los libros. El pueblo judío crecerá a la sombra de las tablas de la Ley que Moisés recibió en el Monte Sinaí, un hecho que plasmará para siempre la existencia de una divinidad que escribe, e inspira libros a los profetas. Moisés será el elegido para escribir bajo dictado divino los cinco libros del pentateuco, que forman el texto más sagrado del judaísmo, la Torah, que según los cabalistas incluye todas las claves del Universo, de todo lo existente y por existir y la revelación de todos sus detalles, misterios y confines.

 A partir de cada uno de esos libros, los diferentes aspectos de cada una de esas culturas pueden leerse o imaginarse a partir de la interpretación de sus textos, e incluso llegar a una amplia comprensión. Los humanos, somos esencialmente la especie del lenguaje, es el código compartido por todos sus integrantes para expresarse, comunicarse, razonar e idealizar, con los únicos límites que le impone la imaginación. No hay nada que escape a esa red de palabras y  sus significados. Nada existe fuera del texto.
El mundo todavía lamenta la quema de la biblioteca de Alejandría, la historia señala al fanatismo árabe, seguidores del Corán, como responsables de su incendio, que volvió cenizas, el legado de conocimiento más importante del mundo antiguo.

Conjurados en perpetuar la oscuridad del saber, éstos modernos licántropos siguen perpetuándo la tradición de quemar bibliotecas, bien sean comunistas, nazis, maoístas chinos, cualquier funcionario de Corea del Norte, todos vándalos como los integrantes de los estados islámicos o los ejecutores de la guerrilla colombiana, unidos bajo una misma idea, incendiar la memoria de los pueblos, e instaurar su anulación.

En una sociedad sin libros cada hombre viviria repitiendo a otros lo que son todas las cosas, como si fuera la primera vez. Y como la transmisión oral tiende a resumir y a compactar las ideas, la humanidad hubiera detenido su avance en un estadio desconocido de la historia, quizás entre Roma y la Edad Media.

Los quemadores de libros, quizás ignoren que a 451 grados Fahrenheit es la temperatura en la que el papel agarra fuego. Es la denominación que utiliza el escritor Ray Bradbury, Fharenheit 451, para su novela de ciencia ficción, en la que describe una sociedad futurista, donde un cuerpo de bomberos es el encargado de quemar los libros y las casas de sus propietarios, porque está prohibido leer, y todos están obligados a la ingenuidad del saber, y a ser felices, vivir en una ignorancia tonta. Donde el placer y el hablar culto son considerados peligrosos y perjudiciales.

El bombero Guy Montag, es el personaje de esta historia, quien sirve en un cuerpo que diariamente enfrentar misiones como si estuviera en un estado de guerra permanente.
Una tarde al regresar a casa se encuentra con su joven vecina, Clarisse, con quien  conversa, ella no disimula su actitud disidente, y lo invita a leer libros. A Guy Montag se le despierta el sentido de querer ir más allá de su angosta existencia. Desea leer. Guy comienza a quedarse con algún que otro libro tras cada allanamiento, los esconde bajo su traje antes de quemarlo todo, y los oculta en su casa.
Comienza su oficio de lector, siente que despierta que comienza a tener conciencia de su vida trascendente. Sabe que se arriesga a ser un paria, un hombre libro, pero no le importa.

Una noche estando Montag de guardia, el cuartel recibe una alerta, de una llamada anónima, sobre un hallazgo de libros ocultos en una casa, el camión, llamado Salamandra, parte del Cuartel Central con un grupo de bomberos y todo su equipo incendiario a gran velocidad, el ulular de las sirenas y las luces de emergencia rojas y naranjas encandilan con sus destellos esa parte de la ciudad dejando pintado el rostro de la alarma pegado en las paredes.

Guy  Montag pensaba en el pobre diablo que habría recaído esa delación, que lo dejaría desnudo y en medio de las cenizas. Esa salida iba por uno más a quien no sólo quemarían sus libros, sino todo lo de él que encontrarán a su paso, incluso su historia, porque el legado de su existencia sería borrado de toda la memoria del Estado.

La sangre se sube a su cabeza cuando la Salamandra cruza velozmente en la esquina de su casa, a medida que avanza por esa calle, el cuerpo de Guy  Montag, se pone cada vez más aletargado, incapaz de moverse. Un peso descomunal cae sobre él cuando el camión se detiene justo frente a su casa, su esposa está parada afuera, los recibe con la puerta abierta y con el gesto imponente del delator los invita a pasar.

Montag sabe que ha llegado a su final, que a partir de ese momento pasará a ser un intocable, como todos los lectores de libros clandestinos, condenados a vivir ocultos por su amor a la lectura, su necesidad de saber y negarse a vivir una vida a oscuras, llenas de palabra básicas y vacías como es la intención de su Gobierno, la misma intención de todos los quema libros someternos al horror de la ignorancia.