La asesinaron porque estaba explotada de buena

1813
Era tan bella como mortal

Cristian Antonio Cooz.- Janice Unity Mitford Mendoza, tenía 19 años de edad. La asesinaron porque estaba explotada de buena. De padre británico (supuestamente emparentado con el mismísimo Sir Winston Churchill) y madre venezolana, de la isla de Margarita, para ser más exactos.

Janice era joven, de fría belleza y muy, pero muy orgullosa. Parafraseando a un gran escritor ruso: su piel era como amasada con leche y rosas. Sus dientes perfectos, como de marfil; ojos grandes y azules como lagos alpinos, que se conjugaban armónicamente con la cascada de su cabello dorado y su cuerpo sinuoso, de donde sobresalían dos poderosas y níveas «colinas», tan naturales y perfectas como su trasero de ninfa de la mitología griega, que ninguna operación de cirugía estética podría llegar siquiera a parecérsele.

En suma, «Janice lo que estaba era explotada de buena», como en buen venezolano, decían más coloquialmente sus compañeros de clase. Pero ella tenía un lado oscuro. Podía decirse que la crianza recibida no solo la había hecho como ya se dijo, caprichosa y desconsiderada, sino que además, era cruel con sus congéneres (a quienes no consideraba tales), rayando en la maldad.

Novios como  coletos de  urinario 

Janice trataba a sus amigos como esclavos y a sus novios como coletos de urinario. No perdía el tiempo para restregarle en la cara a quien fuera, su inmensa fortuna y su belleza sin mesura, pero al mismo tiempo equilibrada, sin caer en los agrestes valles de lo vulgar. Se burlaba abiertamente de las desgracias ajenas. Para ella, los niños pobres, ancianos e indigentes, era el blanco perfecto de sus perversas bromas y desprecio más abyecto.

Se creía de la «raza superior» y se lamentaba de que Hitler no hubiera ganado la segunda guerra mundial para   limpiar el mundo de la gente que a su juicio, no merecía vivir la vida. De verdad, la tipa era maléfica. Como Carlo», uno de sus compañeros de clases, el más prudente y estudioso de todos: «hay que mantenerse lejos de esa mujer, es tan malvada como la mismísima Irma Grese, el Ángel de la muerte de Auschwitz».

El muchacho tenía razón. A quienes se le acercaban, Janice los convertía en sus servidores, utilizando su poderoso magnetismo animal. A esos desventurados que caían en sus redes no terminaban bien. Les hacía gravitar en torno a ella, atándolos en su poderosa influencia, como una estrella de neutrones, que hace danzar muy cerca a planetas desventurados hasta chamuscarlos y hacerlos pedazos, convertirlos en asteroides, a quienes aun así, rebajados en su importancia, hacía gravitar a su alrededor hasta extinguirlos para siempre.

Cuando Janice se hartaba, desechaba a la gente, haciendo que algunos (principalmente sus novios) se consumieran en la desesperación por haber «caído de su gracia». Nunca tuvo escrúpulos en usar sus encantos y su fortuna, para hacer desaparecer o escarmentar a un exnovio demasiado desesperado que potencialmente se convertiría en su acosador y pudiera poner en riesgo su seguridad. Había muchos hombre y mujeres, dispuestos a matar por ella, si era necesario. Esa era Janice, hermosa, deseada, pero muy peligrosa.

El cadáver frío

El día que consiguieron su cadáver tenía los sesos de fuera salpicando la almohada, sábanas, paredes y piso de su habitación en la lujosa residencia ubicada en una urbanización exclusiva del norte de Valencia, estado Carabobo, norte costero de Venezuela. Aun no se sabía, pero la asesinaron porque estaba explotada de buena.

Cuando llegaron a la escena del crimen, los agentes especiales de la Policía Científica para casos especiales, Carlos Salinas y Mario Pinto, lo detallaron todo. Determinaron que la mujer había sido apuñalada una y otra vez en el vientre con un delgado objeto punzo penetrante, quizás un picahielo barato.

Advirtieron que la falda del grueso edredón que cubría la amplia cama, había sido agarrado con fuerza por la víctima cuando vio que tenía la muerte encima. Eso implicaba que a Janice la habían arrastrado y subido a la fuerza, pues de haberla sorprendido acostada, no habría podido estirar tanto el brazo para tomar con su mano el faldellín de la manta que rozaba la alfombra persa de su habitación.

Reconstrucción  de su muerte 

Apagando las luces de la habitación y con la portátil lámpara ultravioleta, los investigadores consiguieron el rastro de sangre que venía de la cocina. Ahí, alguien había llegado por detrás y pegado brutalmente en la cabeza con la sartén de metal y cerámica que estaba en un rincón «fingiendo inocencia».

Según la reconstrucción del hecho, ella no estaba cocinando (no sabía freír ni un huevo ni calentar agua), solo buscaba algo en la nevera. Había huellas recientes en la manilla y el refrigerador permanecía entreabierto. La apuñalaron en el vientre en cuatro oportunidades.

Cuando se desplomó, aún estaba viva. El asesino, que vestía todo de negro, incluyendo pasamontañas y guantes, enredó el cabello de la víctima en su muñeca, agarrándola con toda la fuerza de su mano. Sin compasión, arrastró a la aterrorizada chica como tontamente se piensa que hacían los cavernícolas con sus mujeres para llevárselas a su caverna.

En ese arrastre, ella fue manoteando y gritando por el angosto pasillo camino al cuarto. La escena era brutal, desgarradora. Pudo agarrar la pata de una mesita de noche que ahora estaba separada de la pared y de donde cayó un florero de cristal que se hizo añicos.

También estampó claramente los dedos de sus manos en el piso de fino parquet. El análisis de esas huellas, indicaba la presencia de grasa de una pizza y pudieron saber que hasta se estaba chupando el dedo cuando fue sorprendida, pues con la grasa de los pepperoni y el queso, estaban los componentes de su lápiz labial.

El asesino la subió a la cama, pero ella antes, agarró la falda de la colcha, tratando de protegerse. El resto, fue un mortal disparo a quemarropa de una escopeta calibre 12 que le desfiguró el rostro, matándola en el acto.

Un asesino con «raro contoneo» 

Se supo que la chica vivía la mayor parte del tiempo, sola en esa casa. Sus padres siempre andaban de viaje y ella, aparte de un ocasional amante, solo permitía la entrada a Karla, su mujer de servicio, quién además, era su compañera de la universidad privada donde cursaban estudios de comunicación social.

Karla era una de las principales sospechosas. Janice la trataba como a una verdadera esclava y se burlaba de su pobreza y fealdad física. La humillaba en público cada vez que se le pegaba la gana.

La otra sospechosa, era la bella Claudia, la rival a la cual Janice le había «tumbado» el novio para «regresárselo usado». Estas dos mujeres, cada una con sus circunstancias, odiaban profundamente a Janice.

En la casa de Karla, hallaron el arma homicida, que sí resultó ser un punzón. En la de Claudia, encontraron un pañuelo con la sangre de la víctima. Ambas confesaron entre llanto que sí, odiaban a Janice profundamente, pero que no la habían matado.

Eso era cierto. El video de seguridad de la entrada de la casa de Janice, grabó al hombre de negro que la mató. Lo que llamaba la atención, era el «raro contoneo» del asesino.

Buscando entre los allegados a las tres mujeres, encontraron a Ramón López, mejor conocido como «La Lupi», el peluquero de Janice, Claudia y Karla. Luego de cotejar todo e intercambiar ideas, los agentes descubrieron al asesino. Este peluquero, a la mañana siguiente del crimen, cuando nadie sabía que había sido perpetrado, visitó a Karla y Claudia. Luego se supo que, cuando éstas se descuidaron, sembró evidencias en sus respectivas casas.

Tras tomar venganza por todo el tiempo en que Janice se burló de su condición de homosexual, este sujeto, conociendo la animosidad que también sentían las sospechosas por explotada Janice, decidió inculparlas. En el teléfono del peluquero sangriento, consiguieron fotos que tomó al rostro destrozado de Janice y las guardó como un macabro trofeo. La asesinaron porque estaba explotada de buena.
En su declaración, dijo: «Odiaba a la bicha esa, se burlaba de mí recordando que nunca podría ser mujer ¡y menos como ella que era explotada de buena!… la maté porque estaba demasiado buena», declaró La Lupi. Este sujeto pagó con cárcel haber matado a Janice. Cada cual pagó lo que debía, porque el destino es un acreedor brutal, con quien no se puede negociar a ventaja. la asesinaron porque estaba explotada de buena.
Caso resuelto.