Arica, la guardiana de Chile

654

Por: Cristian Antonio Cooz.-Un inmigrante un día lloraba su patria perdida. Un tendero curioso por la pena del extranjero venido del extremo norte del continente, intenta por alguna razón advertirle que Arica “no era Chile”.

El atribulado inmigrante, calmando un poco su pena, no podía entender afirmación tan ajena. Entendió que el tendero hablaba de la idiosincrasia de la ciudad, de su ubicación geográfica y de otros aspectos muy ariqueños, aunque también coligió que el tendero podría estar hablando desde un injustificado complejo de arraigada inferioridad frente al resto del país.

Se dedicó a pensar por qué el buen hombre decía eso de Arica, una ciudad que a sus luces, era rica, con el rigor de la Tierra Prometida; para el forastero ignorante de su historia, eso era Arica; un oasis en el desierto donde encontró cobijo en su exilio forzado.

En el ejercicio de sus facultades, quiso saber por qué el buen chileno dijo eso de Arica, queriéndo la ciudad como se veía que la quería.

El extranjero, quien evidentemente no era docto en historia regional, pensó con candidez, que a veces era mejor ignorar algunas cosas para ver con claridad.

Entendió este forastero que Arica, no solo Sí era Chile, sino que además, era su fiel guardiana.

Era una amable y amorosa ama de llaves, un crisol de naciones altiplánicas y ahora, continentales; pero también poseía el valor de un guerrero helénico, vigilante desde su atalaya que es el histórico e inmortal morro, descollante como una fortaleza inexpugnable sobre las olas del Océano Pacífico.

Los tsunamis de Poseidón el “agitador de la tierra”

En paz, pequeña pero orgullosa a orillas del Pacífico, la ciudad de la Eterna Primavera se yergue poderosa, vigilante; tal como un héroe griego con el escudo de los dioses; con el Aegis en una mano y la lanza de Aquiles en la otra.

Arica, la cristiana, con su patrono San Marcos, capaz de afrontar el embate de los sismos y los tsunamis causados por el tridente de Poseidón, el dios de la mitología griega, el rencoroso “agitador de la tierra”.

Para el extranjero estaba claro que Arica era una especie de Edén riguroso, desprovisto por eones de su exuberancia vegetal y de sus venas de ríos caudalosos en la superficie que quedaron relegados a lechos secos, ansiosos de las lluvias altiplánicas una vez al año o al recorrido del mundo subterráneo o a napas;  pero que pese a todo, conservaba el alma edénica otorgada por el Dios verdadero.

Tanto lo sabía el picaflor de Arica, que nunca abandonó su edén ahora desnudo… y nunca lo hará.

Arica, la ciudad de tierras contaminadas por el irresponsable vertido de metales pesados y otros desechos tóxicos (agentes cancerosos como polvo con arsénico, Plomo, Mercurio, Cadmio, cobre y zinc) nunca se rinde.

Azotada por los vientos de las adversidades, Arica se ha crecido y sigue luchando, como dice el conocido luchador social ariqueño  Alejandro González, presidente de la agrupación Haylli (Canto de Triunfo en Aymara).

Desde donde se ven mejor las estrellas

Arica para este extranjero, se abría como una región de colinas desnudas, pardas, desérticas y maltratadas a veces. Algo nunca visto por él. El inicio del enorme desierto de Atacama, desde donde se ven mejor las estrellas, el alma espartana de Chile.

Arica y Parinacota (se decía asombrado el extranjero venido del país verde frente al mar Caribe, mientras trataba de entender esta tierra), son enormes, e increíblemente fértiles con valles desérticos como Azapa y Lluta, que, como fiordos noruegos se internaban en lo profundo de las pampas, semejando surcos abiertos por gigantes antediluvianos para su siembra.

Gigantes estos que parecieron tener su morada en las misteriosas cuevas de Anzota, excavadas en tiempos difuminados en las profundidades de la noche de tiempos inmemoriales, como antiguas civilizaciones perdidas y Pirámides no descubiertas, como esqueletos de ballenas enterrados y otros animales marinos, vestigios de cuando Arica y Parinacota y todo el desierto de Atacama estuvieron cubiertos por el mar.

El extranjero entendió entonces que la austera Arica, la amable Arica, era más que una ciudad, era más que las apacibles playas del Laucho, La Lisera o Chinchorro, Arica era la guardiana de Chile y su eterno morro, su atalaya. Arica, siempre Arica.

El forastero entendió entonces que Chile es uno solo: “Desde Arica a Punta Arenas” y que Arica, es su guardiana.